“Quienes creen que una mujer no es suficiente para hacer feliz a un hombre durante las 24 horas del día, es porque no han conocido a Henriette. La alegría que inundaba mi alma era mucho mayor cuando dialogaba con ella durante el día que cuando la tenía entre mis brazos por la noche.” Así escribía Casanova sobre la amante más importante de toda su vida.
Cuando la conoció, Casanova se encontraba muy predispuesto a volverse a enamorar: con 24 años aquel joven tan necesitado de cariño que recorría Italia sin rumbo fijo comenzó a valorarse a sí mismo gracias a ella.
Y no era para menos. Es fácil imaginarse como se sentía al saberse amado por una mujer como Henriette: bella, inteligente, valiente y de ideas sexualmente liberales. Lo único que le exigió jamás a Casanova fue la promesa de no comprometerse. Aquella mujer elegante, culta e ingeniosa era la pareja ideal para un hombre como él. No es de extrañar que la amara con devota admiración.
La conoció en un albergue de Cesena, en el que había hecho un alto de camino a Nápoles, vestida con ropas de hombre y con el pelo cortado a lo varón. Acompañada de un capitán húngaro con quien no podía entenderse puesto que él sólo hablaba latín, y ella francés. Decidido a arrebatársela, Casanova cambió su itinerario y ofreció a ambos viajar en su carruaje privado hasta Parma. Carruaje del que no disponía, por lo que debió salir rápidamente a comprar por un valor más que elevado. En Bolonia, cuando la misteriosa historia de Henriette comenzaba a salir a la luz, Casanova, obsesionado también por la intriga, le pidió desesperadamente que le permitiera llevarla a Parma él mismo. Pero, a diferencia del húngaro que se había comprometido a dejarla allí a su libre albedrío, él se confesó incapaz de semejante acto.
Como su amigo, y enamorado como estaba de ella, le resultaba imposible dejarla sola, sin dinero ni amigos, y con un desconocimiento total del idioma.
“Olvidadme es una palabra que se dice pronto. Pero sabed madame, que un francés puede ser maestro en olvidar, pero un italiano, a juzgar por mi mismo, no dispone de tan singular poder”
Al llegar a Parma, se registraron con nombres falsos en un albergue en el que permanecían recluidos la mayor parte del tiempo. En las escasas ocasiones en las que Casanova salía, Henriette se quedaba en la habitación, acompañada de la doncella y el profesor de italiano que él había contratado para ella.
En una ocasión, Casanova la persuadió de asistir a un concierto privado en casa de Dubois Chatelleraut. Al principio, ella mantuvo su perfil bajo, hasta que, tras acabar el concierto de cello, se puso de pie para felicitar al solista y, sin timidez alguna, le arrebato el instrumento y pidió a la orquesta que tocara de nuevo.
El violoncello, debido a la postura que debía adoptar quien lo ejecutara, no era un instrumento adecuado para que una dama en aquella época, por lo que Casanova (considerando impensable que supiera tocar)temió por ella, hasta que la escuchó interpretar la obra con tal perfección que el público la ovacionó. La admiración y el amor que sentía era tal, que salió al jardín y estalló en lágrimas, incapaz de comprender que esa mujer de tanto talento fuera suya.
Al día siguiente, visitó al más importante luthier de Parma y le compró un cello.
Pero, ¿quién era aquella mujer culta y refinada y por qué se había visto obligada a viajar vestida de hombre, en compañía de un capitán húngaro que no entendía su idioma?
Henriette jamás reveló su historia completa, tal vez por miedo a quedar en mal lugar ante los ojos de su amante. Fue muy cuidadosa al contar a Casanova sólo aquellos aspectos que consideraba oportuno revelar.
Había conocido al húngaro en Civitavecchia, donde llegara acompañada de un hombre mayor que, según dijo, era su suegro que tenía la intención de recluirla en un convento. En Roma, al volver a encontrarse con el capitán, no desaprovechó la oportunidad de escaparse con él y acompañarlo en calidad de amante durentesu viaje hasta Parma.
Le contó a Casanova que provenía de una familia aristocrática de Provença, que se había casado y que había cometido tres locuras en su vida. La última de ellas (escaparse en Roma) podría haber arruinado su vida “...de no ser por vos. Una locura maravillosa que ha sido la causa de que os conociera”
Los cronistas dudan de la veracidad de esta historia, puesto que consideran poco probable que el suegro la llevara hasta Italia cuando en Francia había una gran cantidad de conventos adecuados a sus intenciones. Asimismo, todos coinciden en que la intención de Henriette al dirigirse a Parma, era encontrar la oportunidad de ponerse en contacto con su familia y lograr regresar a casa, no con su marido (a quien describía como un monstruo) sino quizás con sus padres y hermanos.
Henriette sabía que en algún momento abandonaría a Casanova, por eso no le prometió nada, pero disfruto cada momento a su lado y le enseñó a vivir el día.
Una noche de diciembre, mientras paseaban por los jardines del palacio real de Colorno, la pareja se cruzó con François-Antoine d'Antoine-Blaças, un caballero relacionado por matrimonio con el propio marido de Henriette y, por esto, conocedor de la situación.
A pesar de que inicialmente Henriette negara conocerlo, el caballero solicitó días después una entrevista con el propio Casanova a quien entregó una carta sellada dirigida a ella. El contenido de aquella carta permaneció oculto “por el honor de dos familias”.
Finalmente fue concertado un encuentro. Durante las seis horas que duró la reunión entre Henriette y Antoine-Blacas, Casanova se angustiaba sabiendo que el texto de las cartas que se estaban redactando en ese momento, sellaría su propio destino.
Varias semanas después, llegarían las respuestas aceptando todas las condiciones que Henriette había impuesto para su retorno. Pronto partiría en compañía de su amante hasta Ginebra y, luego, continuaría su viaje sola.
Ella no le ilusionó con hacer la separación menos dolorosa, sino que, al contrario, le rogó que no le hiciera preguntas y le hizo prometer que no demostraría conocerla si volvían a encontrarse en el futuro.
“Sombríos y meditabundos, tal como la persona se siente cuando la más profunda tristeza se abate sobre el espíritu”, escribiría años después Casanova.
Antes de partir, Henriette le pidió que se quedara en el hotel hasta que recibiera una carta que ella le enviaría desde la primera estafeta postal en la que se detuviera, pero cuando la misiva llegó al día siguiente sólo contenía una palabra: ADIOS. Días más tarde, Casanova recibió de manos de D'Antonine-Blacas una carta que transcribió íntegramente en sus memorias:
“Soy yo, mi único amigo, quien ha tenido que abandonarte. No aumentes tu dolor pensando en el mío. Imaginémonos que hemos tenido un sueño muy agradable y no nos quejemos de nuestro destino, porque jamás un sueño tan placentero fue tan largo. Congratulémonos por haber sabido ser perfectamente dichosos durante tres meses seguidos. Son muy pocos los mortales que pueden decir otro tanto. Así pues, no nos olvidemos jamás el uno del otro y rememoremos con frecuencia nuestros amores en nuestra mente para poder, así, renovarlos en nuestras almas, las cuales, aunque separadas, los revivirán con una intensidad aun mayor. No te informes sobre mí y si el azar te hace llegar a saber quién soy yo, haz como si lo ignorases. Sabe, mi querido amigo, que he puesto en orden mis asuntos y que seré, por todo el tiempo que me resta de vida, tan dichosa como pueda serlo sin ti. No sé quien eres, pero sé que nadie en el mundo te conoce mejor que yo. No volveré a tener más amantes en todo lo que me resta de vida; pero deseo que no pienses en hacer lo mismo. Deseo que ames de nuevo, e incluso que encuentres a otra Henriette. Adiós.”
Y, en el cristal de su habitación, arañandolo con un diamante:
“Tu oublieras aussi Henriette” (“También olvidarás a tu Henriette”) A lo que Casanova respondió casi 40 años después:
“No, no la he olvidado, y me pongo bálsamo en el alma cada vez que pienso en ella”
Tiempo después, el destino volvió a reunirlos precisamente en la casa familiar de Henriette por lo que ella mantuvo oculta su identidad, pero no pudo evitar hacerle saber que lo había reconocido: cuando Casanova se hallaba ya a kilómetros de distancia recibió una carta en la que sólo estaba escrito “Al hombre más honorable que he conocido en el mundo. Henriette”.
En sus memorias, Casanova informa que sigue manteniendo contacto postal con ella, que está bien y encantada con su vida.
Haciendo gala de una gran discreción Casanova ocultaba los verdaderos nombres de sus conquistas. En el caso de Henriette, no sólo no reveló jamás a nadie su verdadera identidad, sino que ha dado tan pocos datos que aún mantiene intrigados a sus lectores. Quienes han investigado la vida del gran seductor veneciano han llegado a elaborar tres teorías al respecto. Personalmente, amo a Casanova, a Henriette y a su historia de amor, de modo que prefiero ignorarlas.
Que él la amara fue suficiente para que yo me enamorara de ella, pero saber de su pasión, su valor y su fortaleza de espíritu me ha hecho admirarla de tal manera que prefiero que Henriette siga siendo la dulce y misteriosa Henriette.
Cuando la conoció, Casanova se encontraba muy predispuesto a volverse a enamorar: con 24 años aquel joven tan necesitado de cariño que recorría Italia sin rumbo fijo comenzó a valorarse a sí mismo gracias a ella.
Y no era para menos. Es fácil imaginarse como se sentía al saberse amado por una mujer como Henriette: bella, inteligente, valiente y de ideas sexualmente liberales. Lo único que le exigió jamás a Casanova fue la promesa de no comprometerse. Aquella mujer elegante, culta e ingeniosa era la pareja ideal para un hombre como él. No es de extrañar que la amara con devota admiración.
La conoció en un albergue de Cesena, en el que había hecho un alto de camino a Nápoles, vestida con ropas de hombre y con el pelo cortado a lo varón. Acompañada de un capitán húngaro con quien no podía entenderse puesto que él sólo hablaba latín, y ella francés. Decidido a arrebatársela, Casanova cambió su itinerario y ofreció a ambos viajar en su carruaje privado hasta Parma. Carruaje del que no disponía, por lo que debió salir rápidamente a comprar por un valor más que elevado. En Bolonia, cuando la misteriosa historia de Henriette comenzaba a salir a la luz, Casanova, obsesionado también por la intriga, le pidió desesperadamente que le permitiera llevarla a Parma él mismo. Pero, a diferencia del húngaro que se había comprometido a dejarla allí a su libre albedrío, él se confesó incapaz de semejante acto.
Como su amigo, y enamorado como estaba de ella, le resultaba imposible dejarla sola, sin dinero ni amigos, y con un desconocimiento total del idioma.
“Olvidadme es una palabra que se dice pronto. Pero sabed madame, que un francés puede ser maestro en olvidar, pero un italiano, a juzgar por mi mismo, no dispone de tan singular poder”
Al llegar a Parma, se registraron con nombres falsos en un albergue en el que permanecían recluidos la mayor parte del tiempo. En las escasas ocasiones en las que Casanova salía, Henriette se quedaba en la habitación, acompañada de la doncella y el profesor de italiano que él había contratado para ella.
En una ocasión, Casanova la persuadió de asistir a un concierto privado en casa de Dubois Chatelleraut. Al principio, ella mantuvo su perfil bajo, hasta que, tras acabar el concierto de cello, se puso de pie para felicitar al solista y, sin timidez alguna, le arrebato el instrumento y pidió a la orquesta que tocara de nuevo.
El violoncello, debido a la postura que debía adoptar quien lo ejecutara, no era un instrumento adecuado para que una dama en aquella época, por lo que Casanova (considerando impensable que supiera tocar)temió por ella, hasta que la escuchó interpretar la obra con tal perfección que el público la ovacionó. La admiración y el amor que sentía era tal, que salió al jardín y estalló en lágrimas, incapaz de comprender que esa mujer de tanto talento fuera suya.
Al día siguiente, visitó al más importante luthier de Parma y le compró un cello.
Pero, ¿quién era aquella mujer culta y refinada y por qué se había visto obligada a viajar vestida de hombre, en compañía de un capitán húngaro que no entendía su idioma?
Henriette jamás reveló su historia completa, tal vez por miedo a quedar en mal lugar ante los ojos de su amante. Fue muy cuidadosa al contar a Casanova sólo aquellos aspectos que consideraba oportuno revelar.
Había conocido al húngaro en Civitavecchia, donde llegara acompañada de un hombre mayor que, según dijo, era su suegro que tenía la intención de recluirla en un convento. En Roma, al volver a encontrarse con el capitán, no desaprovechó la oportunidad de escaparse con él y acompañarlo en calidad de amante durentesu viaje hasta Parma.
Le contó a Casanova que provenía de una familia aristocrática de Provença, que se había casado y que había cometido tres locuras en su vida. La última de ellas (escaparse en Roma) podría haber arruinado su vida “...de no ser por vos. Una locura maravillosa que ha sido la causa de que os conociera”
Los cronistas dudan de la veracidad de esta historia, puesto que consideran poco probable que el suegro la llevara hasta Italia cuando en Francia había una gran cantidad de conventos adecuados a sus intenciones. Asimismo, todos coinciden en que la intención de Henriette al dirigirse a Parma, era encontrar la oportunidad de ponerse en contacto con su familia y lograr regresar a casa, no con su marido (a quien describía como un monstruo) sino quizás con sus padres y hermanos.
Henriette sabía que en algún momento abandonaría a Casanova, por eso no le prometió nada, pero disfruto cada momento a su lado y le enseñó a vivir el día.
Una noche de diciembre, mientras paseaban por los jardines del palacio real de Colorno, la pareja se cruzó con François-Antoine d'Antoine-Blaças, un caballero relacionado por matrimonio con el propio marido de Henriette y, por esto, conocedor de la situación.
A pesar de que inicialmente Henriette negara conocerlo, el caballero solicitó días después una entrevista con el propio Casanova a quien entregó una carta sellada dirigida a ella. El contenido de aquella carta permaneció oculto “por el honor de dos familias”.
Finalmente fue concertado un encuentro. Durante las seis horas que duró la reunión entre Henriette y Antoine-Blacas, Casanova se angustiaba sabiendo que el texto de las cartas que se estaban redactando en ese momento, sellaría su propio destino.
Varias semanas después, llegarían las respuestas aceptando todas las condiciones que Henriette había impuesto para su retorno. Pronto partiría en compañía de su amante hasta Ginebra y, luego, continuaría su viaje sola.
Ella no le ilusionó con hacer la separación menos dolorosa, sino que, al contrario, le rogó que no le hiciera preguntas y le hizo prometer que no demostraría conocerla si volvían a encontrarse en el futuro.
“Sombríos y meditabundos, tal como la persona se siente cuando la más profunda tristeza se abate sobre el espíritu”, escribiría años después Casanova.
Antes de partir, Henriette le pidió que se quedara en el hotel hasta que recibiera una carta que ella le enviaría desde la primera estafeta postal en la que se detuviera, pero cuando la misiva llegó al día siguiente sólo contenía una palabra: ADIOS. Días más tarde, Casanova recibió de manos de D'Antonine-Blacas una carta que transcribió íntegramente en sus memorias:
“Soy yo, mi único amigo, quien ha tenido que abandonarte. No aumentes tu dolor pensando en el mío. Imaginémonos que hemos tenido un sueño muy agradable y no nos quejemos de nuestro destino, porque jamás un sueño tan placentero fue tan largo. Congratulémonos por haber sabido ser perfectamente dichosos durante tres meses seguidos. Son muy pocos los mortales que pueden decir otro tanto. Así pues, no nos olvidemos jamás el uno del otro y rememoremos con frecuencia nuestros amores en nuestra mente para poder, así, renovarlos en nuestras almas, las cuales, aunque separadas, los revivirán con una intensidad aun mayor. No te informes sobre mí y si el azar te hace llegar a saber quién soy yo, haz como si lo ignorases. Sabe, mi querido amigo, que he puesto en orden mis asuntos y que seré, por todo el tiempo que me resta de vida, tan dichosa como pueda serlo sin ti. No sé quien eres, pero sé que nadie en el mundo te conoce mejor que yo. No volveré a tener más amantes en todo lo que me resta de vida; pero deseo que no pienses en hacer lo mismo. Deseo que ames de nuevo, e incluso que encuentres a otra Henriette. Adiós.”
Y, en el cristal de su habitación, arañandolo con un diamante:
“Tu oublieras aussi Henriette” (“También olvidarás a tu Henriette”) A lo que Casanova respondió casi 40 años después:
“No, no la he olvidado, y me pongo bálsamo en el alma cada vez que pienso en ella”
Tiempo después, el destino volvió a reunirlos precisamente en la casa familiar de Henriette por lo que ella mantuvo oculta su identidad, pero no pudo evitar hacerle saber que lo había reconocido: cuando Casanova se hallaba ya a kilómetros de distancia recibió una carta en la que sólo estaba escrito “Al hombre más honorable que he conocido en el mundo. Henriette”.
En sus memorias, Casanova informa que sigue manteniendo contacto postal con ella, que está bien y encantada con su vida.
Haciendo gala de una gran discreción Casanova ocultaba los verdaderos nombres de sus conquistas. En el caso de Henriette, no sólo no reveló jamás a nadie su verdadera identidad, sino que ha dado tan pocos datos que aún mantiene intrigados a sus lectores. Quienes han investigado la vida del gran seductor veneciano han llegado a elaborar tres teorías al respecto. Personalmente, amo a Casanova, a Henriette y a su historia de amor, de modo que prefiero ignorarlas.
Que él la amara fue suficiente para que yo me enamorara de ella, pero saber de su pasión, su valor y su fortaleza de espíritu me ha hecho admirarla de tal manera que prefiero que Henriette siga siendo la dulce y misteriosa Henriette.
Hasta el próximo tic-tac